Celebración de Janucá de Jesús.
Él anunció una clase distinta de milagro/victoria.
por David Brickner | 1 de diciembre de 1998
“Entonces vino Janucá; Era invierno en Jerusalén. Yeshua estaba caminando en el Templo alrededor de la Columnata de Salomón”. (Juan 10:22–23 (Traducción al español de “Tree of Life Version”))
Janucá es una fiesta que está tan profundamente arraigada en la tradición Judía que es difícil para nosotros separar las leyendas que amamos de los milagros que realmente sucedieron. En una fría noche de Janucá, Jesús fue al Templo; no fue a desafiar la tradición ni a oponerse a ella, pero fue a exponer la verdad por medio de ella. Este año podríamos estar fácilmente estar satisfechos con solamente estar escuchando leyendas y comiendo latkes (tortitas de patatas), o podríamos invitar a la curiosidad a nuestra celebración y examinar sus palabras por nosotros mismos.
Pero primero, ¿de qué se trata Janucá realmente?
El milagro de la preservación
Muchos se sorprenden de que en el único versículo de la Biblia en que se menciona Janucá también se menciona a Jesús. Este es el caso simplemente porque la fiesta conmemora un evento que ocurrió después de que el Tanaj (el Antiguo Testamento) fue escrito, aproximadamente 165 A.C. Un rey griego llamado Antíoco invadió la nación judía y exigió que nuestro pueblo abandonara al Dios de Israel y sus caminos.
El plan de Antíoco era forzar la “helenización”, lo que significaba imponer las costumbres griegas, incluida la idolatría, sobre la gente. Significaba prohibir la práctica de la religión judía, incluyendo la circuncisión. En última instancia, para asegurarse de que nadie podía adorar al Dios de Israel, Antíoco profanó el Templo en Jerusalén. Colocó ídolos en la casa del Señor (el Templo) y sacrificó una cerda sobre el altar santo. No solo profanó el Templo de Dios, sino que tomó el título “Epifanía”, que significa “Dios manifestado”, y exigió ser adorado. En respuesta a su blasfemia el pueblo judío modificó su título, llamándolo “Epimanes” (loco).
Fue un período terriblemente oscuro en la historia de Israel, pero Dios levantó a una pequeña banda de héroes liderados por una familia conocida como los Macabeos (según una de las explicaciones, Macabeo significa “martillo”). Libraron una exitosa rebelión contra Antíoco y expulsaron a los Sirios de Israel. La fiesta de Janucá conmemora la victoria que Dios dio al pueblo judío sobre Antíoco y su poderoso ejército. Llamamos a la fiesta Janucá (dedicación), porque el punto culminante de nuestra victoria fue rededicar el Templo en Jerusalén.
Muchas leyendas rodean este evento histórico, pero el más famoso es el “milagro del aceite.” Se dice que cuando los macabeos recapturaron Jerusalén, inmediatamente se pusieron manos a la obra para volver a dedicar el templo. Pero se enfrentaron a un problema urgente: necesitaban aceite consagrado para reavivar el candelabro sagrado. La historia cuenta que solo encontraron aceite suficiente para un día y necesitarían más aceite para los días siguientes. El problema es que les llevaría ocho días completos consagrar aceite para uso del templo.
El pensar en encender este gran candelabro solo para verlo apagarse de nuevo fue desgarrador. Sin embargo, el celo para volver a dedicar el Templo era tan fuerte que, a pesar del dilema, decidieron encender el candelabro. Un dicho tradicional surgió de esta historia de Janucá: “Nes gadol jaya sham,” que significa, “Un gran milagro ocurrió allí.” El gran milagro fue que el aceite, suficiente para un solo día, continuó ardiendo durante ocho días enteros, lo que permitió tiempo suficiente para hacer y santificar nuevo aceite. Según esta leyenda, por eso celebramos Janucá durante ocho noches, y es por eso también que la Janukía se enciende durante ocho noches.
Aunque la historia del aceite es hermosa, es difícil de verificar. No es mencionado en los relatos anteriores de la revuelta macabea, como en 2 Macabeos. La primera mención registrada de la historia aparece mucho más tarde en el Talmud. Quizás la cantidad de aceite para un día supernaturalmente alcanzó para ocho días, o tal vez no lo hizo.
Muchos creen que una razón más probable por la que celebramos Janucá durante ocho días es que los Macabeos, al recapturar Jerusalén, realizaron una tardía celebración de Sucot (Fiesta de los Tabernáculos). Recuerda, el mismo Salomón había escogido esa misma fiesta para dedicar el Templo cuando fue construido. Así que el festival de ocho días de alegría y acción de gracias habría sido una manera especialmente apropiada para conmemorar la rededicación del Templo.
El milagro de Janucá es el milagro del poder preservador de Dios.
En cualquier caso, todavía es apropiado en Janucá decir: “Nes gadol haya sham -un gran milagro ocurrió allí.” El milagro de Janucá es el milagro del poder preservador de Dios. La victoria de Israel sobre Antíoco y su poderoso ejército mostró ese poder milagroso.
Dios hizo muchas promesas específicas a Abraham, Isaac y Jacob. Juró preservar y sostener a sus descendientes para siempre. De hecho, puso su reputación en la continuación de esas promesas cuando declaró:
“Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente” (Jeremías 31:36).
Muchos enemigos han intentado aniquilar a los judíos a lo largo de la historia! Antíoco fue uno de los peores. Pero Dios siempre nos ha preservado.
Jesús en el templo en Janucá
El pueblo judío de la época de Jesús estaba consciente de los acontecimientos que habían llevado a la fiesta de la dedicación cuando se acercaron a él en el santo templo en Janucá. Fue en el contexto de esa historia reciente que le dijeron a Jesús, “Si tú eres el Mesías (Cristo), dínoslo abiertamente” (Juan 10:24).
Si Jesús realmente fuera el Mesías, razonaron, él tendría el poder para preservar al pueblo judío de la tiranía de los romanos, así como Dios lo había preservado del malvado Antíoco. Jesús les respondió con una reprensión: “Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis” (Juan 10:25).
Jesús afirmó con valentía su mesianismo . No era el héroe que esperábamos; pero él era el héroe que vino a rescatar a su pueblo de una vez por todas.
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27-28).
El poder de Jesús para preservar no era un poder temporal, físico, era eterna y espiritual y se basaba en la fe en él como el Santo de Dios. La victoria que ofreció no fue sobre la opresión romana sino sobre la opresión del pecado, la muerte y las fuerzas espirituales oscuras.
Si no hubiera sido quien decía ser, habrían tenido razón en apedrearlo.
La rededicación del templo en Janucá fue un recordatorio del poder de Dios para guardar sus promesas y preservar a su pueblo, Israel. Pero Jesús una vez declaró, hablando de sí mismo, “Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí” (Mateo 12:6). Y hizo otra afirmación asombrosa: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Recuerda, es Janucá. Fresco en la mente de nuestro pueblo era el hecho de que habían rechazado con razón las falsas afirmaciones de Antíoco. Ahora, aquí está Jesús, de pie en el Templo, diciendo que él y el Padre son uno.
La reacción de los líderes era previsible: “Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle” (Juan 10:31). Y si no hubiera sido quien decía ser, si no hubiera realizado ya señales y prodigios ante sus ojos, habrían tenido toda razón al hacerlo.
El milagro de Emmanuel
Cuando mi pueblo rechazó a Antíoco, Dios cumplió sus promesas, milagrosamente preservándoles. Pero cuando los líderes judíos rechazaron erróneamente las afirmaciones de Jesús hizó ese día, se perdieron un milagro aún mayor que la victoria contra todas las probabilidades de Israel sobre el abrumador ejército griego. Se perdieron el milagro de Emanuel, Dios con nosotros. Ese milagro dio a Jesús el derecho de reclamar poder para preservar a aquellos que vienen a él.
Dios sí guarda sus promesas, aun cuando no las reconocemos. Él dijo a través del profeta Isaías: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14).
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
Jesús cumplió estas promesas de Dios. En él, Dios ha probado su fidelidad a Israel y al mundo entero.